sábado, 30 de noviembre de 2019

EL GENERAL MORAZAN MARCHA A BATALLAR DESDE LA MUERTE


Titulo: EL GENERAL MORAZAN MARCHA A BATALLAR DESDE LA MUERTE
Autor: Julio Escoto

Resumen
Resultado de imagen para julio escotoEl General Francisco Morazán, presidente de la Federación Centroamericana, jefe de Estado en Honduras, El Salvador y Costa Rica: Sus ideas unionistas aún despiertan polémica. En esta novela con datos que certificaron cinco historiadores Julio Escoto ofrece una visión nostálgica del héroe, quien en los tres minutos que dura morir recuerda su agitada existencia,
mucho más civilista que militar. Este es el perfecto libro introductorio a la vida de Francisco Morazán. El General Morazán
marcha a batallar desde la muerte, es una novela para leerla de una sola sentada y para meditarla largo tiempo. Monólogo, narración y otra vez monológo. Así es la exposición de los acontecimientos en el relato. Termina donde comenzó: con el fusilamiento y los tres minutos postreros en los que su rostro besa el polvo tico, mientras la última célula se resiste, vemos el tránsito de sus cincuenta años que van y que vienen de su juventud a su niñez, de su niñez a esta hora aciaga en que cae en ese mundo desconocido y misterioso, intemporal, que es la muerte, donde no cabe el odio ni las diferencias y en la que quizás todos seremos iguales. Desde allí, desde la muerte puede vernos, juzgarnos doscientos años después en que sus ideas libertarias todavía alumbran como el sol.




La educación es el alma de los pueblos y abono de los ejércitos de la libertad.
(Francisco Morazán Quezada)  



Parte 1
Inicialmente hubo un como ruido de cataclismo, como si doscientos de sus Dragones de a caballo se despeñaran en los abismos de Quetzaltenango o, finalmente, como si el mar rebosara su estrecha fuente de plata y arena y desbordara los límites de su contenida navegación. Luego, la primera imagen que saltó a la mente del General Hondureño José Francisco Morazán Quesada fue la intensa muchedumbre que se había congregado a las cinco de la tarde frente al portón de la casa de gobierno y que lo había visto dirigirse a la tapia de la plaza de armas con la frente en alto, su levita mustia y trasnochada, solitario en el camino de у la muerte como si únicamente lo acompañara la sombra de su propio destino o lo aguardara allí la última esperanza de la salvación. "Página 13"

Hubo un chasquido que no supo si interpretar como el arribo masivo del silencio, el silbido de un rayo, la libación de un gorrión o sus propios huesos blancos estrellándose contra la piedra de la calle, pues inmediatamente se vio a sí mismò con el pecho ensangrentado y tendido en la cuadrícula urbana más importante de San José y pudo sentir, casi olfatear el inmenso vaho del miedo que se levantaba cenagoso entre los cuerpos agitados de la multitud, y escuchó sus ahogados gritos de estupefacción como si unas mudas y alargadas pinzas de barro acuchillaran el cielo, y vio que sobre la plaza comenzaba a disolverse en jirones aquella verdosa nube del odio que había precedido su muerte, y presintió, escuchó más bien el deslizamiento vidrioso con que las lágrimas empañaban los ojos de sus compañeros de guerra enturbiándoles la vista y agarrotándoles simultáneamente la voz y el corazón. "Página 13 - 14"

El General Francisco Morazán se daba cuenta de que moría y que esos tirones espasmódicos que lo estremecían ocasionalmente no eran más que su cuerpo que se resistía a perecer y que lo volvían temporalmente a la tierra y lo anclaban y lo sujetaban a aquella esquina de la plaza central desde donde los improvisados guardias de fus ilamiento lo miraban asombrados estremecerse cada vez menos poderosamente, manar sus venas que entintaban la grama y copiaban por ocasión final la luz mortecina del sol de San José, acortarse su aliento, ablandar su carne y relajar sus huesos. "Página 14 - 15"

Morazán sabía que moría. Extrañamente, podía contemplarse a sí mismo doblado inconexamente sobre la calle junto a Villa señor, el que había caído con una bota alzada sobre el banquillo de ejecución. Podía ver en su cuerpo las cicatrices que le había dejado un tiro al brazo durante la batalla de El Espíritu Santo, en El Salvador el seis de Abril de 1839, y la otra que le habían inferido en el rostro los costarricenses. "Página 15"

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Parte 2
El otro recuerdo incisivo que ahora asolaba su mente-prácticamente el único resquicio de su organismo donde aún alimentaban a las células unas recónditas burbujas de oxígeno era el de su inmensa soledad compartida en medio de enormes muchedumbres que nunca lo abandonaban, de ejércitos en triunfo o tropas en retirada, de poblaciones sitiadas o ciudades inmersas en la fiesta de la victoria, de graves senados y asambleas o de ministros y funcionarios de ceño apretado que se adherían a la quietud con que los recibía para poder también pacificar su espíritu. "Página 20"

Su conciencia estaba inmensamente sitiada por rostros. Rostros aceitunados y felinos como los de los indios Curarenes y Texíguats que lo habían acompañado en la mayoría de sus combates y que batían los machetes y las espadas frente a sus enemigos con la misma gracia hipnótica de los prestidigitadores. Rostros solemnes y predestinados de gloria que calzaban sus Generales en la noche víspera de la batalla. Rostros taciturnos y angustiados de vergüenza tras la derrota de Guatemala en 1840. "Página 20"

Había una máscara feroz que además le torturaba la memoria: la del ladino obstinado y malevo de Mataquescuintla, Rafael Carrera, el instrumento de que las clases altas guatemaltecas se habían servido para destruir la Federación. Guerrillero cruel, salvaje y prepotente, incapaz de respetar siquiera a los mensajeros de paz que le había enviado en 1838 ya quienes había maltratado y ofendido amenazándoles con el degüello. "Página 21"

Llueven a mi mente además las últimas horas de mi estancia terrenal en Costa Rica... pero siguen siendo tan dolorosas por el suceso de mi muerte inconcluida que aún carezco de distancia para apreciarlas. Ese joven que gimne abajo en silencio y que sofoca sus manos hundido en el caos de la desesperación es mi hijo Francisco, a quien debí reprender y consolar cuando le dictaba mi última voluntad pues sus lágrimas nobles empozaban la caligrafía en mi testamento y abrían llagas tempranas en mi corazón. Tuve que luchar con él para apartarlo de mi lado camino al cadalso, adonde los hombres deben marchar amparados más enérgicos de su dignidad. "Página 22"

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Parte 3
Debo a María Josefa, diecisiete días más joven que yo, el recuerdo manente que me hacía de la necesidad de la humildad. Observa estas dos velas, me amonestó la tarde de un triunfo en el Estado, mientras accio naba el yesquero e iluminaba la habitación: las dejaremos encendidas por la noche y se extinguirán al amanecer... Aclararán la oscuridad y, al despertar, de ellas sólo permanecerá en nuestros ojos la sombra de su intensidad. Pondremos a esta vela el nombre de Francisco Morazán. La otra seré yo... Mañana registraremos nuestras miradas para reconocer si nos reconocemos cuando la vela se haya marchitado... Si entonces aún me veo en el fulgor de tu retina todos mis sacrificios habrán sido compensados... Declaro que en este instante de muerte mi único suspiro es porque el brillo de mi afán entinte para siempre el porvenir de los centroamericanos. "Página 24"

Reconozco que supe anidar en mí esa remembranza de la humildad que debería alumbrar siempre las mañanas de los gobernantes. El ejercicio del poder no es más que el balance personal entre el asomo de la traición y los riesgos de la fidelidad... Yo conocí ambos muy temprano, casi desde mi arranque en el escenario de la vida pública centroamericana, y afortunadamente dispuse de maestros que me lo mostraron antes de enfrentarme a esa cara bifronte que conforma la personalidad de los hombres. "Página 25"

Ahora puedo ver, desde esta esquina de mi inconcluido suplicio, la transformación que me produjeron esos tempranos momentos. Fue por aquellos libros entonces prohibidos que nació en mí el ardor de la llama de la libertad. El régimen español considerábalos indignos de la inteligencia de sus vasallos y la Iglesia desde los púlpitos los anatematizaba. Percibo ahora que esa ha sido por siempre la historia de la humanidad: el encuentro violento entre el espíritu que se alza y la fuerza que lo aplaca, entre la fresca idea que nace para abrirse paso en la eclosión social de su naturaleza solicitada y la de los poderes que pugnan por dominarla y matarla. "Página 25"

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Y en las noches frías de Tegucigalpa, aquellas en que se ensanchaba y borbollaba el río Choluteca henchido de neblinas y promesas de riesgo y muerte, noches en que podíamos hablar con menos temor por estar las callejas solas sembradas únicamente de sereno y encuentros en los zaguanes de amor, y en las que nos irritaba el tazón de chocolate la piel de las manos poniéndonos calores osados en el corazón, nos referíamos los encuentros que por la mar Caribe se hacían con ingleses que pensábamos revolucionarios, enemigos de nuestro real enemigo español, y se susurraba sobre sus distintas costumbres y maneras, la templanza con que arreglaban sus cultos a Dios, la esplendidez de su libre comercio y aquella aureola de invencibilidad con que nos maravillaba su audacia y desafuero. "Página 27"


Declaro que mi amor a Centroamérica muere conmigo. 
(Francisco Morazán)
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Guía de Desarrollo:
1). ¿Quien fue Francisco Morazán Quezada?
R/= Fue militar y político hondureño que gobernó la República Federal de Centroamérica durante el turbulento periodo de 1830 a 1839. Fue jefe de Estado en Honduras, El Salvador y Costa Rica.

2). ¿Cual era el ideal de Morazán?
R/= El quería unir los cinco países centroamericanos y formar una sola patria.

3). ¿Donde y cuando muere Francisco Morazán Quezada?
R/=  Muere en San Jose de Costa Rica, el 15 de septiembre de 1842.

4). ¿Quien fue el autor de la primera Constitución de Honduras?
R/= Fue Jose Dionosio de Herrera, fue elegido primer Jefe Supremo del Estado de Honduras en 1824.

5). Realice un breve resumen sobre el texto El General Morazán Marcha A Batallar Desde La Muerte
R/= Es una novela para leerla de una sola sentada y para meditarla largo tiempo. Monólogo, narración y otra vez monológo. Así es la exposición de los acontecimientos en el relato. Termina donde comenzó: con el fusilamiento y los tres minutos postreros en los que su rostro besa el polvo tico, mientras la última célula se resiste, vemos el tránsito de sus cincuenta años que van y que vienen de su juventud a su niñez, de su niñez a esta hora aciaga en que cae en ese mundo desconocido y misterioso, intemporal, que es la muerte, donde no cabe el odio ni las diferencias y en la que quizás todos seremos iguales.









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